lunes, 17 de diciembre de 2012

EL CORAZÓN PELUDO DEL BRUJO

                                                                     J.K. Rowling


Érase una vez un joven brujo atractivo, rico y con talento que observó cómo sus amigos
se comportaban como idiotas cuando se enamoraban: retozaban como crios, se
acicalaban y perdían el apetito y la dignidad. Así pues, decidió no caer nunca en esa
debilidad y empleó las artes oscuras para evitarlo.

La familia del brujo, que ignoraba su secreto, se sonreía al verlo tan frío y distante.
—Todo cambiará el día que quede prendado de una doncella—profetizaban.
Pero el joven brujo no quedaba prendado de nadie. Pese a que más de una doncella
sentía intriga por su altivo semblante y utilizaba sus encantos más sutiles para
complacerlo, ninguna consiguió cautivar su corazón. El brujo se vanagloriaba de su
propia indiferencia y de la sagacidad que la había producido.

Transcurridos los primeros años de la juventud, los amigos del brujo empezaron a
casarse y, más adelante, a tener hijos.

«Sus corazones deben de estar resecos como cáscaras por culpa de los lloriqueos de esos
crios», se burlaba el brujo para sus adentros mientras observaba las payasadas de
aquellos jóvenes padres. 
Y, una vez más, se felicitaba por la sabia decisión que tomara en su día. 
A su debido tiempo, los ancianos padres del brujo fallecieron. Pero éste no lloró su
muerte; al contrario, se alegró de ella, porque ahora reinaría solo en el castillo. Había
guardado su mayor tesoro en la mazmorra más recóndita, y así pudo entregarse a una
vida de lujo y desahogo, en la que su comodidad era el único objetivo de los numerosos
sirvientes que lo rodeaban.

El brujo estaba seguro de que provocaba una inmensa envidia a todos cuantos
contemplaban su espléndida y apacible soledad; por eso sintió una ira y un disgusto
tremendos cuando, un día, oyó a dos de sus lacayos hablando de su amo. 
El primer criado expresó la pena que sentía por él, pues pese a toda su riqueza y poder
seguía sin tener a nadie que lo amara.

Pero su compañero, riendo con burla, le preguntó por qué creía que un hombre con tanto
oro y dueño de tan grandioso castillo no había conseguido una esposa.
Esas palabras asestaron un duro golpe al orgullo del brujo. 
Así pues, decidió esposarse de inmediato con una mujer que fuera superior a todas las
demás. Tenía que poseer una belleza deslumbrante, para despertar la envidia y el deseo
de todo hombre que la contemplara; descender de un linaje mágico, para que sus hijos
heredaran dones extraordinarios; y poseer una riqueza como mínimo equiparable a la
suya, para así continuar con su cómoda existencia pese al aumento de los gastos
domésticos.

El brujo podría haber tardado cincuenta años en encontrar a una mujer así, pero resultó
que el día después de tomar la decisión de buscarla, una doncella que cumplía todos los
requisitos llegó a la región para visitar a unos parientes.

Era una bruja de una habilidad prodigiosa y poseía una gran fortuna en oro. Su belleza
era tal que cautivaba el corazón de todos los hombres que la miraban; es decir, de todos
los hombres excepto uno: el corazón del brujo no sentía absolutamente nada. Aun así,
ella era el premio que él buscaba, de modo que empezó a cortejarla.

Quienes se percataron de su cambio de actitud se asombraron, y le dijeron a la doncella
que había logrado aquello en lo que centenares de mujeres habían fracasado.

La joven también se sentía fascinada y, al mismo tiempo, repelida por las atenciones
que le dedicaba el brujo. Jamás había conocido a un hombre tan raro y distante, y
percibía la frialdad que yacía bajo la ternura de sus lisonjas. Sin embargo, sus parientes
opinaban que esa unión era muy conveniente y, deseosos de fomentarla, aceptaron la
invitación del brujo al gran banquete que organizó en honor de la doncella.

La mesa, repleta de plata y oro, fue servida con los mejores vinos y los manjares más
deliciosos. Unos trovadores tocaban laúdes con cordaje de seda y cantaban canciones sobre
un amor que su amo nunca había sentido. La doncella estaba sentada en un trono junto al
brujo, quien, en voz baja, le dedicaba tiernas palabras que había escamoteado a los poetas
sin tener la menor idea de su verdadero significado.

La doncella escuchaba desconcertada, y al final replicó:
—Hablas muy bien, Brujo, y me encantarían tus halagos si pensara que tienes corazón.

El anfitrión sonrió y le aseguró que no debía preocuparse por eso. Le pidió que lo
acompañara. Ambos salieron del salón donde se celebraba el banquete y él la condujo
hasta la mazmorra donde guardaba su mayor tesoro.

Allí, en un cofre encantado de cristal, reposaba el corazón del brujo. Como llevaba
mucho tiempo desconectado de los ojos, los oídos y los dedos, nunca lo había
estremecido la belleza, una voz cantarína o el tacto de una piel tersa. Al verlo, la doncella
se horrorizó, pues el corazón estaba marchito y cubierto de largo pelo negro.

—Pero ¿qué has hecho? —se lamentó—. ¡Devuélvelo a su sitio, te lo suplico!

El brujo comprendió que debía complacer a la joven. Así que sacó su varita mágica,
abrió el cofre de cristal, se hizo un tajo en el pecho y devolvió el peludo corazón a la
vacía cavidad original.

—¡Ya estás curado y ahora conocerás el amor verdadero! —exclamó la doncella,
radiante, y lo abrazó.

La caricia de sus suaves y blancos brazos, el susurro de su aliento y la fragancia de su
espesa cabellera rubia traspasaron como lanzas el corazón recién despertado del brujo. Pero
en la oscuridad del largo exilio a que lo habían condenado se había vuelto ex traño, ciego y
salvaje, y le surgieron unos apetitos poderosos y perversos.

Los invitados al banquete se habían percatado de la ausencia de su anfitrión y la
doncella. Al principio no se preocuparon, pero al pasar las horas empezaron a
inquietarse, y al final decidieron ir en su busca.

Recorrieron todo el castillo y encontraron la mazmorra, donde los aguardaba una escena
espantosa.

La doncella yacía muerta en el suelo, con el pecho abierto; agachado a su lado estaba el
brujo, desquiciado y sosteniendo en una mano un gran corazón rojo, reluciente, liso y
ensangrentado. Lamía y acariciaba ese corazón mientras juraba que lo cambiaría por el
suyo. 
En la otra mano sostenía su varita mágica, con la que intentaba extraerse el corazón
marchito y peludo. Pero el corazón peludo era más fuerte que el brujo, y se negaba a
desconectarse de sus sentidos y volver al cofre donde había pasado tanto tiempo
encerrado.

Ante las horrorizadas miradas de sus invitados, el brujo dejó la varita y asió una daga de
plata. Y tras jurar que nunca se dejaría gobernar por su corazón, se lo sacó del pecho a
cuchilladas.
 Entonces se quedó un momento arrodillado, triunfante, con un corazón en cada mano, y a continuación se desplomó sobre el cadáver de la doncella y murió.




Realmente me ha gustado mucho este cuento es tan jksjdgshasjqa, muy a lo J. K. Rowling. Sé que "Los Cuentos de Beedle el Bardo" es un libro para niños, pero no podía resistir la tentación y ¡BUM!, se me ocurrió leerlo. ¡Es increíble! y si es que lo consiguen, se lo recomiendo. El que elegí es mi cuento preferido del libro, pero todos son especiales aunque este es tan... tétrico...sangriento...cruel...muy a alo Edgar Allan Poe... es como... Aj, no se, solo me encanto... Espero a ustedes también. Nuevamente J. K. Rowling me dejó sin palabras...






1 comentarios:

A la sombra de los sauces dijo...

El cuento es precioso !!

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